viernes, 18 de enero de 2019

¡Qué ardor!

Me siento desnuda, desprotegida, frágil. Me siento cobarde y no me siento yo.
Siento que no le debo nada pero me lo debo a mí, que ese mensaje es todo lo que esperaba de él pero mucho antes, no ahora. Siento que no me siento con elección, que todo lo que quería lo tengo a un "sí" de distancia pero es el "sí" más pesado del mundo. Debo hacerlo porque quería hacerlo y ahora no sé lo que quiero.
Por no querer no sé ni si quiero que sea él el que me escriba, el que me haga sentir así, el que me haga elegir. ¿En qué momento le di yo la suficiente importancia como para sentirme derrotada por sus palabras? ¿Y en qué momento se perdió él de mí para no entenderme?
¿Por qué hay personas que se creen con derecho a volver como si nunca se hubieran ido?
Creen merecerse lo que un día ya les dimos, creen que el tiempo no significa nada, que un silencio intermitente no tiene ningún mensaje escondido, y increíblemente, que no duele.
¡Qué no duele!
Qué ingenuas ellas, qué insensibles, qué decepción y qué dolor más grande.
Qué tonta me siento por creer en él, siendo tan inevitable haberlo hecho como sentir todo lo que sentí, y aún hoy no ha muerto en mí.
Y qué miedo que siga aquí, que no se haya ido y que él quiera volver. Qué miedo que lo haga florecer todo como si antes no lo hubiera hecho arder y no quedaran sólo cenizas. Cenizas, en esas que dicen que donde hubo fuego todo puede volver a arder.
Y si arde, que arda bien por esta vez o que no arda.

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